18 de octubre de 2010

La Invasión de Guayaibi - Parte 5

La noche pasó tranquila y sin disturbios. Los recuerdos de la profecía de los póras se iban mezclando con los sueños en las mentes durmientes de los hermanos. Las hamacas donde reposaban se mecían con la brisa que penetraba los finos muros de paja. Tanto Itaete como Pykasu se encontraban en un mundo diferente.

El mundo de los sueños es misterioso. Así como las profecías se manifestaron esa noche de forma corpórea, los Avares tenían visiones en sus sueños todo el tiempo. El pueblo de Arigua creía que cuando uno duerme, su alma viaja a una especie de "dimensión diferente", dónde estaban en contacto con las fuerzas primordiales del universo. Recientemente también habían descubierto que esa era la morada de los póras de sus ancestros.

El mundo de los sueños estaba compuesto por ambas esencias, tanto la luz y la oscuridad estaban presentes, igual que en él yvy, o mundo físico. Dos grandes territorios dividían el mundo de los sueños: "Ñasaindy Retã", o el Reino de la Luz y "Ã Retã", o el Reino de las Sombras. Sombras que normalmente no se manifestaban, pues siempre eran abatidas por las flechas vigilantes de Kerana. La diosa del sueño era quien desterraba a las pesadillas que intentaban invadir Ñasaindy Retã para cobrar las almas de aquellos que descansaban pacíficamente.

Itaete y Pykasu siempre fueron resguardados por los haces luminosos que lanzaba el arco de Kerana. Sus sueños se mantuvieron tranquilos una vez más esta noche.

El sol se alzaba tras las copas de los árboles más altos del bosque, y empezaba a iluminar los rostros de aquellos que se ponían en marcha varias horas antes de que Kuarahy empiece su marcha por el yvága. La gente que trabajaba en los campos de cultivo y los que cuidaban los animales de corral estaban desde muy temprano con sus quehaceres.

Recién a la hora donde la luz empezaba a opacar las tinieblas pueden empezar a trabajar los recolectores de frutos. Adentrarse en el bosque a las horas del pyhare era algo que no muchos intentaban. Todo tipo de peligros aparecían por las noches entre el interminable laberinto de árboles. Depredadores y animales ponzoñosos eran preocupación de toda la vida, pero últimamente los espíritus elementales empezaron a manifestarse. Las Ka'a Jarýi confundían a los montaraces con melodías para perderlos en la selva. Las figuras femeninas correspondían al grupo de los elementales de la tierra. Pasha Mama también protegía todo espacio verde, y con ella sus Ka'a Jarýi.

A pesar de todos estos peligros, los recolectores de frutos se adentraban diariamente a juntar provisiones para la gente de la aldea. En ese día, una vez mas salieron a hacer su trabajo. Eran cinco personas en este grupo. Dos viejos experimentados, con barbas blancas y la cabeza calva ya; y tres más jóvenes con energía y vigor, listos para correr de cualquier peligro cuando necesitasen. Los ancianos eran conscientes de que si esto llegase a ocurrir, su vida se encontraría con un brusco final, y que Te'o Jára los llevarían por el Yvága Rape, como era el destino de todos.

Los viejos salieron primero como de costumbre, para poder guiar a los menores, pues ellos ya sabían el camino, por su experiencia de los años. Fueron caminando por los sinuosos senderos que habían trazado por sus pasos reiterados en esos lugares, juntando los frutos que podían y deshaciéndose de las alimañas que suponían un peligro para su misión. Nada extraño había aparecido hasta el momento. Hasta el momento.

Uno de los jóvenes se había dado vuelta, creyendo que vio alguna especie de baya de color carmín. Se dirigió al arbusto donde pensó haber visto la fruta, solamente para encontrarse con un par de pequeños ojos rojos que lo observaban fijamente. Parecían contener fuego en su interior, pues emitían un brillo característico de las llamas de las fogatas. Al dar un paso adelante, una pequeña criatura se reveló. Tenía una apariencia muy extraña para los ojos del muchacho que lo miraba en ese momento. Orejas largas, como las de los guanacos del Gran Chaco, cuatro patas, como si se tratase de un animal, pero el torso para arriba se veía más bien humanoide, y al final de su cuerpo, una cola que terminaba en forma de flecha. Rara apariencia sin duda alguna.

El muchacho levantó su mano, acercándola al pequeño engendro, para acariciar su cabeza. Al instante, los ojos de la criatura empezaron a despedir el fuego que tenía dentro, llegando hasta la mano del joven e incinerándola como si de un madero se tratase. Enseguida, el fuego se expandió por todo su cuerpo y consumió su carne de una manera devastadora. En poco tiempo, también los huesos quedaron reducidos a cenizas. Por alguna razón, el muchacho no pudo dar un solo grito de agonía. Probablemente el pequeño demonio lo había silenciado.

El resto del grupo de recolección enseguida volvió atrás a ver que había sucedido con su quinto integrante, solo para encontrarse con un montón de cenizas, y a la criatura que transformó en eso a su amigo. En el momento que los cuatro recolectores que quedaban dieron un paso al frente en el lugar del incidente, un gran número de seres similares aparecieron detrás del que ya estaba allí, y junto con ellos unas personas de aspecto extraño. Sin tener tiempo de fijarse en lo que estaba en frente de ellos, los cuatro desafortunados trabajadores fueron incinerados por las llamas de los diablillos.

El viento se llevo los restos de los recolectores, mientras los macabros seres y los humanos extraños dieron vuelta en dirección de la aldea de Guayaibi.

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