30 de agosto de 2010

La tierra sin mal - La invasión de Guajaivi: Parte 4

A medida que se disipaba la humareda que quedó tras el terrible augurio de las bestias sagradas, los Avare empezaron a retirarse a sus aposentos. Si bien estaban demasiado preocupados por el aviso de los póras, se supone que en situaciones como éstas ellos deben de ser los únicos en saber acerca de las malas noticias. Despacio iban entrando a sus chozas a meditar acerca de lo que habían oído.

Pero si de oír hablamos, Pykasu y su hermano Itaete ya habían oído más que suficiente. Sabían mucho más de lo que les correspondía. Ni siquiera el cacique tenía conocimiento de lo que sucedió esa noche.

Enseguida Pykasu tuvo la necesidad de preguntar a su hermano algo: "Itaete, lo que pasó esta noche..." -dijo. "No es de nuestra incumbencia." -respondió cortante Itaete. Con una mirada aún algo confusa Pykasu siguió con sus cuestionamientos: "Pero hermano, ¿acaso no escuchaste lo que dijeron los póras?". Seguidamente respondió Itaete: "Claro que lo escuche, pero sabes que no sabemos de que estaban hablando. La forma en que hablan los dioses no es algo que nosotros entendamos."

Pykasu no estaba contenta con las palabras de su hermano, pero de todas maneras su agitada mente se tranquilizó por un momento. Un momento que únicamente bastó para que pueda acostarse en su hamaca para dormir, por que enseguida tuvo otra pregunta para Itaete, quien ya se encontraba listo como para descansar desde antes de ver el ritual.

"Kyvy, si eres un guerrero, ¿por qué no piensas hacer algo en contra del mal que se acerca?" -insistió Pykasu. "Simplemente por que no es un problema que nos concierne, reindy. Los Avares saben como solucionar esto por si mismos. Nunca nos han defraudado a la hora de invocar la bendición de Ñande Ru ante los Guaykuru." -dijo con seguridad y una sensación de fastidio Itaete. Como era de esperarse, Pykasu aún no lograba aclarar todas sus dudas: "Pero, ¿por qué reaccionaron de esa manera los animales del tótem? ¡Nunca había pasado algo así antes!" -dijo, a lo que su hermano respondió: "¡Por Tupã y todo el Yvága! ¡¿Crees que lo se todo?! Deja de hacerme preguntas que sabes que no puedo responder. Ya te dije que es asunto de los Avares. ¡Duérmete ya!" -dio como última respuesta el joven guerrero.

Pykasu seguía con dudas, pero no se atrevía a volver a molestar a su kyvy. Simplemente obedeció lo que le dijo: se dio la vuelta y trató de conciliar el sueño lo más rapido que pudo.

Esa noche pasaría para todos como cualquiera, incluso ahora debería de ser así para los hermanos. Lo cierto es que eso estaba lejos de ser solamente un asunto de los Avares, y mucho menos algo sin significado...

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24 de agosto de 2010

La tierra sin mal - La invasión de Guajaivi: Parte 3

De la tierra parecía emerger la esencia de Pasha Mama misma, envolviendo a la figura del Tatu. De a poco, las hendiduras en la madera fueron llenadas con lo que parecía ser el espíritu de todas las cosas vivas. En momentos, la colosal figura de un armadillo feroz había sido despertada.

Con un único aliento, el póra de Tatu recitó las primeras palabras de lo que más adelante sería conocido como "La Profecía de la Perdición": "Ni las rocas, ni la arena, ni el pasto verde que crece sobre mis espaldas va a escapar de la furia. La destrucción y el caos reinaran sobre estas tierras. La corrupción hundirá en las entrañas mismas del abismo las almas de aquellos que alguna vez llamaron iguales".

Habiendo dicho esto, las gemas de sus ojos se apagaron. Volvió a quedarse inmóvil, y regresó a la base del tótem por debajo de la tierra.

Segundos después, se escucharon los cantos de las Ka'ajarýi en el bosque. Con el viento suave de la noche llegaron las notas de sus voces. Sonidos que no parecían evocar nada bueno, pues parecían más bien un susurro, cosa que no era común en absoluto viniendo de las protectoras del bosque. Aún así, las notas esta vez fueron las que insuflaron vida en la figura de Mbói.

Como una rama que crecía de la madera seca, su bífida lengua emergió de la figura, y fue la que trajo las siguientes palabras de la Profecía: "La traición no será algo extraño entre los hombres de estas tierras. De la oscuridad llegarán los demonios y con ellos los hombres que los trajeron, pero nadie notará diferencia alguna entre estos y sus esbirros del inframundo, pues se habrán convertido en uno solo. Las almas de los mortales y las alimañas del averno serán solo una".

Con las primeras gotas de miedo empezando a sudar de las frentes de los Avare, Mbói volvió a enroscarse en su lugar. Metió su lengua de vuelta en la boca, boca que los Avare seguramente no querrán que se vuelva a abrir.

Enseguida, de las llamas de la hoguera empezaron a saltar chispas y más chispas. Pequeñas estrellas que formaron de a poco lo que parecía ser el pelaje de un zorro. El póra del Aguara despertó rojo como las ascuas de Pytajovái. Ni siquiera la furia del monte Lambare podía compararse con las llamaradas que envolvían al gran Aguara.

Como un rayo Aguara empezó a correr alrededor de los Avare, creando una jaula feroz. Un círculo de llamas rodeaba por completo el sitio del ritual. En un salto relampagueante, Aguara saltó a la foguera, y empezó a traer más malas noticias: "La Naturaleza no habrá de quedarse sin ser afectada. Como el fuego de la ira en los corazones de su gente, el fuego que se encuentra en lo profundo de la tierra surgirá al mundo a causar el gran cataclismo. El Gran Señor de los Pasos Ardientes será quien encabezará la marcha".

Al callar Aguará, instantáneamente un gran rayo cayó en el patio ceremonial y con su característica agilidad, se retiró apresuradamente corriendo por el camino de luz que dejó el relámpago. Una intensa lluvia siguió a este suceso, que apagó por completo la fogata.

Los Avare presintieron que esto fue una mala señal. Enseguida la desesperación se pudo hacer notar en sus ojos, aunque estos permanecieron en silencio. El ritual no debía ser interrumpito.

Cada gota de la lluvia machaba el piso, y la escoria de la hoguera parecía conmutar con el agua que caía del cielo. Una extraña mezcla de cenizas y líquido cubrió la estatua de Jaguarete. El gran jaguar había llegado.

Como los otros póras, también trajo sus propias palabras: "El Gran Señor de los Pasos Ardientes traerá a este mundo miseria. Miseria que será producto de la unión de los hombres y los demonios. Miseria que será el resultado de una profanación. Miseria que acabará con los que habitan este mundo. Siete días solamente serán necesarios para que todo lo que conozcan cambie de forma, para que los elementos entren en guerra con los hombres y los demonios. El Todo ordenará al Cazador de los Ríos, el Alto Amo de la Lluvia que limpie este mundo de corrupción. Que apague los fuegos de la guerra y que vuelva a dejar todo como se encontraba antes."

Aún más asustados quedaron los Avare luego de esta parte de la profecía. Pero no hubo tiempo para pensar en nada, pues al terminar Jaguarete sus palabras, un gran torbellino aterrizó sobre ellos, disipando todos los restos de cenizas que cubrían a la figura del jaguar. Hielo de las nubes cubrió al gran Taguato, y con una chispa de un rayo sus ojos empezaron a brillar. Estaba listo para hablar. Esta sería la última parte de la terrible predicción que los Dioses mandaban al pueblo:

"El temor en sus ojos se hace notar, sacerdotes, pero no debéis de tener miedo alguno, pues no todo esta perdido. Los espíritus solamente hemos venido a decirles que sucederá si no hacéis nada para evitarlo. Está en manos de vosotros cambiar esto. En vuestra aldea iniciará todo. Cuatro almas serán las que traigan paz al mundo. El orden de los elementos será traído por quien pueda blandir la fuerza del cosmos. La Ira de Fuego. El Paso del Viento. La Fuerza de la Tierra. El Poder del Agua. Todos serán necesarios para que esta tragedia no se cumpla. Al final la Madre del Éter será quien selle a las siete pestes con la ayuda de los elementos. Recordad, Sacerdotes Avare de Guajaivi".

Y como había llegado, también se retira. El viento se encarga de hacer ascender el espíritu del águila al firmamento una vez más.

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23 de agosto de 2010

La tierra sin mal - La invasión de Guajaivi: Parte 2

Al rededor de la fogata, los ancianos de la aldea convocaban a los póras guardianes. Las gemas que tenían por ojos los animales del tótem parecían arder con el mismo fervor del espíritu de sus pares vivos. Las llamas ascendían hasta chamuscar las hojas de tajy y hacer caer algunas flores, que dejaban una esencia única en el ambiente. Parecía ayudar a borrar la línea que separa este mundo con el otro.

A un costado de la ceremonia, en una pequeña choza, la jóven Pykasu permanecía escondida detrás de una tela que tenía como puerta. Miraba la manera en que los Avares realizaban su extraño ritual. Parecía estar asombrada de todas las palabras que hilaban para formar sus conjuros. Ni siquiera cuando visitaba la playa del Ypoa en la época de festivales había escuchado cánticos tan extraños de boca de los Chamanes de las islas.

La curiosidad era un aspecto innato de la personalidad de Pykasu, y para su conveniencia siempre era sigilosa. No había un asunto en la aldea del que ella no se enterase. Por fortuna esto simplemente era mera curiosidad, pues toda la información que adquiría de su improvisado espionaje era sólo para ella. No acostumbraba a comentar nada de lo que sabía.

No pasó mucho tiempo antes que una figura un poco más alta que ella apareciera cerca. Su hermano, Itaete, hizo presencia. Siempre cuidaba que Pykasu no se meta en apuros. Conocía la naturaleza suspicaz de su hermana, y tomaba las medidas necesarias para que esto no le resulte problemático.

El fuego del ritual reflejaba las sombras de los dos en las paredes de takuara de su precaria choza, subiendo hasta llegar a la paja deshilachada que tenían por techo. La figura de Itaete reflejaba el hombre fornido que era. Como un guerrero de la aldea, tenía bastante desarrollada la musculatura, al menos lo suficiente para poder valerse por la selva y enfrentar a los animales y guerreros enemigos que se encontraban allí. La sombra de sus cabellos largos y lacios danzaba cual llamas ceremoniales.

Como una extensión de la suya, la figura de Pykasu dibujaba una porción de tinieblas entre las luces del lugar. Era notable la diferencia entre ella y su hermano en cuanto a la estatura, pero lo compensaba con una belleza extraordinaria. Si bien no era notable en el trazo que dejaba en la oscuridad, durante el día atraía más de una mirada.

Luego de poco tiempo, ya no parecía haber sombra alguna en la pequeña aldea. Las llamas ascendieron alto hasta cubrir todo el tótem. Los póras estaban listos para acudir al llamado.

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Trataré de actualizar diaramente, espero y lo disfruten ;)

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22 de agosto de 2010

La tierra sin mal - La invasión de Guajaivi: Parte 1

En esta ocasión me gustaría presentar este pequeño proyecto de mi autoría. Es un conjunto de publicaciones en el blog que van a ir saliendo paulatinamente como capítulos de una historia. Ya habrán leído un pequeño trasfondo anteriormente acerca de esto, así que les invito a que sigan con la lectura de la historia.


Al suroeste de las tierras de Arigua, bajo la sombra de los árboles más altos se encuentra la Aldea de Guajaivi.

Desde que Kuarahy salía en las primeras horas del día a iniciar su cacería, los habitantes de Guajaivi trabajaban sin cesar. La mayoría de los aldeanos eran agricultores. Labraban la tierra con sus precarias herramientas para hacer crecer de ella el alimento para sus familas. Los avaré nunca dejaban pasar de largo los largos rituales para que Pasha Mama siempre les de su bendición. Como diosa de la tierra estaba a su cargo la manera en que las plantas crecían, así como también hacer que el suelo sea fértil y rico. Los pocos trabajadores que no se dedicaban a sembrar el suelo, salían al bosque a buscar frutos. Conocían bien los dominios de la selva, y los lugares donde crecían las frutas favoritas de su gente.

Además de los agricultores, también Guajaivi era conocida por sus valientes guerreros. Si bien la aldea mantenía un carácter pacífico, era la fuente de los más bravos combatientes para los ejércitos de Arigua. A diario los guerreros de Guayaibi entrenaban en un pequeño campo a las afueras del pueblo. Allí tenían diversos tipos de equipamiento que utilizaban para afinar sus habilidades de combate. Desde troncos puestos a modos de maniquíes, hasta trozos de carne atados por los ysypos atados por los árboles. Cualquier guerrero guaraní estaría contento de poder entrenar en ese lugar junto con los bravos de Guajaivi.

Al caer la noche, la única luz de una hoguera en el medio del patio ceremonial de la aldea iluminaba los techos de las chozas de paja, que como campos de avati brillaban ante las sombras del pyhare. Los avare ya se encontraban en ronda frente al gran tótem de los aspectos. Los animales guardianes de la aldea parecían cobrar vida en medio del ritual que ejecutaban los avaré. El la base estaba el fuerte Tatu, el armadillo, símbolo de la resistencia y la robustez. Enroscada sobre este se encontraba Mbói, la serpiente, representante de lo que no podemos ver, brindadora del sigilo. Justo en el medio se hallaba Aguara, el zorro, quien, creían ellos, podía cambiar de forma, y nunca ser percibido entre las personas. Aguara era especial, pues ellos lo consideraban como un vigilante eterno que envió Tupã. Le seguía en orden el fuerte Jaguarete, el jaguar dueño de la fuerza de los guerreros. En combate, éstos invocaban la fuerza de Jaguarete para que les de valor a la hora de enfrentar a sus enemigos. Sobre todos estos se encontraba siempre vigilante Taguato, el águila arpía. Taguato era la encarnación de la voluntad de Tupã, quien se encargaba de hacer cumplir sus deseos desde el yvága.

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Me gustaría tener una pequeña opinión acerca de esto antes de seguir. Quizás con eso ayuden a mejorar la calidad de la redacción y puedan disfrutar de una mejor historia. Gracias :)

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9 de agosto de 2010

El Alma




Piensen en un disco duro.

Uno puede tener toda la información que quiera (en este caso limitada por el espacio físico del medio mencionado), y la puede copiar a otros soportes de almacenamiento.
¿Qué sucede si ese medio deja de funcionar?

Toda la información contenida en el disco queda inutilizable. Deja de existir en esa forma. No se levanta como un orbe de energía a ir al "cielo de los bits".

Pero... ¿Acaso no podemos hacer una copia de seguridad de los datos para ponerlos de vuelta en otro disco duro?

¡Claro que sí!

Esa es la parte importante. Realmente el disco duro que teníamos no importa contal de que guardemos la información como una copia.

Así mismo sucede con el alma de las personas. Una vez que cesan nuestras funciones vitales, la sinapsis en nuestras neuronas deja de suceder, y toda la información contenida en nuestro cerebro básicamente "se borra".

Pero, ¿qué es el alma en realidad? Simplemente es toda la información que teníamos dentro.
Hacemos exactamente lo mismo que haríamos con nuestros juegos, música, videos y documentos en general. Copiamos a otro "disco".

En este caso, transmitimos la información conocida por nosotros a otros seres humanos. El transmitir nuestras ideas hace que la humanidad crezca.

Mucha gente quizás se pregunte, si esto fuera verdad, ¿cuál sería el objetivo de vivir, sin un alma?

La respuesta es sencilla. Perpetuar nuestro conocimiento y vivencias por medio de la comuniación. Todo se gasta. Todo se muere. Lo importante es haber guardado lo producido.

Seamos almas inmortales habitando las mentes de nuestro prójimo. Compartamos nuestro conocimiento.

Una persona no está hecha por su forma física, sino por lo que piensa y cree.

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2 de agosto de 2010

Cataclísmico: Gilneas y los Worgen - Parte 1

En World of Warcraft: Cataclysm la raza Worgen finalmente será jugable, y como ya se ha sabido por algún tiempo, su zona de inicio será la nación humana de Gilneas, ubicada en una península al sur del Bosque de Silverpine.


La Nación de Gilneas



Gilneas participó en la Segunda Guerra contra la Horda como miembro de la Gran Alianza de Lordaeron.

Gobernados por Genn Greymane, los ciudadanos de Gilneas rompieron lazos con la Alianza en un momento dado durante la Segunda Guerra, con el argumento de que "La Alianza necesita más de Gilneas de lo que Gilneas necesita a la Alianza", aislando así su nación del mundo exterior mediante el Muro de Greymane.

Cuando el Azote ataco las tierras de Lordaeron y su máquina bélica avanzó hacia el sur, los ciudadanos de Gilneas pidieron ayuda a un Archimago del Kirin Tor, nacido en Gilneas, para que los ayude a defenderse de los muertos vivientes. Este mago era Arugal.

Arugal y el Libro de Ur




Arugal había estado leyendo un libro que había sido escrito por Ur, un mago de Dalaran. Este libro trataba acerca de unos seres de aspecto lupino, llamados Worgen.

En el momento que Archimonde y el Azote atacaron Dalaran durante la Tercera Guerra, Arugal tuvo que escapar de la ciudad mágica para salvar su vida. Huyó hacia el Bosque de Silverpine, resguardándose en el castillo de la familia Silverlaine, sobre la aldea de Pyrewood, donde seguiría con sus estudios patrocinados por el Barón Silverlaine.

Frustrado por no lograr nuevos descubrimientos en las artes arcanas, Arugal se volcó a su investigación acerca de los Worgen, y siguiendo las enseñanzas de Ur, logró convocarlos a Azeroth. Los Worgen asesinaron a la familia Silvermane, así como también lograron defender las fronteras de Silverpine del Azote, asegurando de esta manera la seguridad de la nación de Gilneas.

Luego de que Arugal haya tomado control sobre los Worgen, se adueño del castillo de los Silverlaine y lo llamó Castillo Shadowfang, en honor a sus nuevos "hijos".

Lo cierto es que esto no duraría mucho, hasta que intrépidos héroes desconocidos decidieran poner fin a su reinado, liberando al Castillo Shadowfang y a la tierra de Silverpine de la amenaza de Arugal.

La Guadaña de Elune




Arugal no fue el primero en invocar a los Worgen. La Guadaña de Elune es un artefacto entregado a la Sentinela Velinde Starsong por la mismísima Elune, para defender las tierras de Felwood de los invasores demoníacos. Usando los poderes de la Guadaña, Velinde también pudo controlar a los Worgen en principio, pero luego se dió cuenta de que a pesar de que ella no usara los poderes de la Guadaña para invocar las Worgen, ellos continuaban apareciendo.

Velinde entonces emprendió una búsqueda para encontrar información acerca de las bestias. Como había escuchado de la investigación de Arugal, fue a los Reinos del Este a buscar su ayuda.

Primeramente se dirigió al puerto de Ratchet para pasar a la Bahía del Botín y seguir al norte hasta llegar a Silverpine, pero en su camino por las tierras de Duskwood, la Guadaña desapareció misteriosamente, junto con su portadora.

El paradero de Velinde es desconocido hasta los días actuales, pero el destino de la Guadaña siguió un largo camino incluso después de eso.

Un habitante de Raven Hill en Duskwood, llamado Jitters, encontró la Guadaña en la mina al sur de Grand Hamlet (posteriormente Darkshire), y una vez más los Worgen aparecieron en Azeroth gracias a la imprudente acción de este inconsciente hombre.

Las bestias asesinaron a todos los compañeros de Jitters, y se extendieron por Duskwood, llegando a la granja Yorgen, donde mataron a toda la familia que la habitaba. Solamente pudo escapar Sven Yorgen.

Desde el Paso Deadwind, los Jinetes Oscuros vinieron en búsqueda de la Guadaña, causando terror en Duskwood.

Lo cierto es que no lograron encontrarla, y años después, durante la Guerra de los Baldíos Helados, el artefacto apareció en posesión de los traperos de las Colinas Pardas en Northrend. Nadie sabe muy bien como sucedió esto, pero con la resurrección del Archimago Arugal por parte de los Príncipes San'layn del Azote, nació un nuevo culto entre los traperos.

El Culto al Lobo volvió a traer la amenaza de los Worgen al mundo, esta vez en Northrend, pero de nuevo no sería por mucho tiempo, pues más aventureros pondrían un fin definitivo al espectro de Arugal.

Uno de los traperos de la zona, Ivan, fue el último en poseer la Guadaña hasta el final de la Guerra de los Baldíos Helados.

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Con esto concluye la primera parte del trasfondo de los Worgen. La próxima vez: Lo que pasó en Gilneas, El futuro de la Guadaña y los Druidas de la Jauría.

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