22 de agosto de 2010

La tierra sin mal - La invasión de Guajaivi: Parte 1

En esta ocasión me gustaría presentar este pequeño proyecto de mi autoría. Es un conjunto de publicaciones en el blog que van a ir saliendo paulatinamente como capítulos de una historia. Ya habrán leído un pequeño trasfondo anteriormente acerca de esto, así que les invito a que sigan con la lectura de la historia.


Al suroeste de las tierras de Arigua, bajo la sombra de los árboles más altos se encuentra la Aldea de Guajaivi.

Desde que Kuarahy salía en las primeras horas del día a iniciar su cacería, los habitantes de Guajaivi trabajaban sin cesar. La mayoría de los aldeanos eran agricultores. Labraban la tierra con sus precarias herramientas para hacer crecer de ella el alimento para sus familas. Los avaré nunca dejaban pasar de largo los largos rituales para que Pasha Mama siempre les de su bendición. Como diosa de la tierra estaba a su cargo la manera en que las plantas crecían, así como también hacer que el suelo sea fértil y rico. Los pocos trabajadores que no se dedicaban a sembrar el suelo, salían al bosque a buscar frutos. Conocían bien los dominios de la selva, y los lugares donde crecían las frutas favoritas de su gente.

Además de los agricultores, también Guajaivi era conocida por sus valientes guerreros. Si bien la aldea mantenía un carácter pacífico, era la fuente de los más bravos combatientes para los ejércitos de Arigua. A diario los guerreros de Guayaibi entrenaban en un pequeño campo a las afueras del pueblo. Allí tenían diversos tipos de equipamiento que utilizaban para afinar sus habilidades de combate. Desde troncos puestos a modos de maniquíes, hasta trozos de carne atados por los ysypos atados por los árboles. Cualquier guerrero guaraní estaría contento de poder entrenar en ese lugar junto con los bravos de Guajaivi.

Al caer la noche, la única luz de una hoguera en el medio del patio ceremonial de la aldea iluminaba los techos de las chozas de paja, que como campos de avati brillaban ante las sombras del pyhare. Los avare ya se encontraban en ronda frente al gran tótem de los aspectos. Los animales guardianes de la aldea parecían cobrar vida en medio del ritual que ejecutaban los avaré. El la base estaba el fuerte Tatu, el armadillo, símbolo de la resistencia y la robustez. Enroscada sobre este se encontraba Mbói, la serpiente, representante de lo que no podemos ver, brindadora del sigilo. Justo en el medio se hallaba Aguara, el zorro, quien, creían ellos, podía cambiar de forma, y nunca ser percibido entre las personas. Aguara era especial, pues ellos lo consideraban como un vigilante eterno que envió Tupã. Le seguía en orden el fuerte Jaguarete, el jaguar dueño de la fuerza de los guerreros. En combate, éstos invocaban la fuerza de Jaguarete para que les de valor a la hora de enfrentar a sus enemigos. Sobre todos estos se encontraba siempre vigilante Taguato, el águila arpía. Taguato era la encarnación de la voluntad de Tupã, quien se encargaba de hacer cumplir sus deseos desde el yvága.

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Me gustaría tener una pequeña opinión acerca de esto antes de seguir. Quizás con eso ayuden a mejorar la calidad de la redacción y puedan disfrutar de una mejor historia. Gracias :)

2 comentarios:

  1. sabes luego lo que pienso de esto :D
    ME ENCANTA, ojalá más gente lea esto, vale la pena enserio, grande enrique :)

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  2. que cabeziiita jeje.. te imaginas un libro asi chaala.. vyrorei mitologia py. Esta super Enrique. (= Buena semana

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